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Experimentos sobre cómo condicionar a niños (y adultos) para el éxito o el fracaso. (1ª Parte)

Todos los padres quieren que sus hijos tengan éxito, del mismo modo, que que toda empresa quiere que sus trabajadores alcancen todo su potencial, pero a veces, por el propio desconocimiento o por las reglas aparentemente establecidas, no lo hacemos de la mejor forma posible.

Son muchos los experimentos que han demostrado cómo podemos condicionar a cualquier persona para el éxito o para el fracaso, incluido un niño, los cuales, sin lugar a dudas, son los más influenciables para bien o para mal. 
Ya hablamos de cómo podía afectar a nuestra vida la conducta de indefensión aprendida. Hoy vamos a sacar algunas conclusiones de varios experimentos psicológicos, incluidos el «Estudio Monstruo» y el «efecto pigmalión», además de ver cómo dos personas demostraron que no existen límites, y lo que ocurre cuando las personas no saben de la existencia de esos límites.
Todo ello es aplicable tanto para la enseñanza y aprendizaje de los niños, como para el resto de facetas de nuestra vida. Podemos programar a cualquier niño y a cualquier adulto tanto para el éxito como para el fracaso.

1. El Estudio Monstruo.
En 1939, el psicólogo Wendell Johnson hizo un experimento con niños de un orfanato de Iowa, un experimento que se conocería como el «estudio Monstruo» por las terribles consecuencias que les acarrearía a aquellos niños para toda la vida.
La intención del experimento, básicamente, era inducir la tartamudez a un grupo de niños sanos, y al mismo tiempo, sanar a niños tartamudos mediante la misma inducción, pero a la inversa.
Los niños tenían edades comprendidas entre los 6 y los 16 años de edad, donde un grupo de 10 niños presentaban problemas de tartamudez, mientras que un grupo de 12 niños, no presentaban ningún problema en absoluto. 
Participaron varios profesores para aquel experimento en el que tenían indicaciones de reforzar positivamente a los niños tartamudos, y reforzar negativamente a los niños sanos, llamándoles constantemente la atención ante cualquier fallo en la lectura, y diciéndoles continuamente que se volverían en tartamudos si continuaban cometiendo esos errores que, a menudo únicamente era la repetición de una sílaba o palabra en un momento de duda al hablar.
El personal del orfanato tenía instrucciones de continuar el refuerzo positivo o negativo con ambos grupos incluso después de las clases.
El experimento dio sus frutos en tan sólo 5 meses.
Pudieron ver claramente cómo el refuerzo positivo hizo corregir la tartamudez en los niños tartamudos, ayudándoles a superar cualquier problema o alteración del habla. El psicólogo Johnson logró su objetivo, y es que demostró que los niños no nacen tartamudos, sino que se debía a causas psicológicas, y que las reacciones negativas, las risas de los demás, comentarios negativos de los propios padres u otras personas, podían generarle a un niño una inseguridad tal, que acabaría reflejándose en el habla y otras facetas de su vida.
Gracias a aquel experimento, se han podido desarrollar tratamientos psicológicos de los que hoy día se benefician muchas personas con este problema adquirido.
Sin embargo, algunos de los niños que habían formado parte del grupo de los niños castigados y reforzados de forma negativa, llegaron a sufrir daños psicológicos permanentes que han sufrido a lo largo de toda su vida, donde algunos desarrollaron la tartamudez. Algunos de estos participantes del estudio, recibieron una indemnización por los daños sufridos a lo largo de toda su vida, habiendo sido personas inseguras con graves problemas en el habla y en sus capacidades.
Es por eso que este experimento recibió el apodo de «Estudio Monstruo», porque sólo un monstruo podría haber arruinado la vida a un grupo de niños sanos.
Conclusión:
Los niños se convertirán en aquello que les induces. Si le dices a tu hijo que no será nada, eso mismo llegará a ser. Si lo limitas, crecerá con limitaciones. Si cada vez que falla le regañas y no lo refuerzas positivamente, crecerá como un fracasado.
Y para las personas adultas ocurre exactamente lo mismo. Podemos condicionar a cualquier persona para bien o para mal. Sólo es cuestión de tiempo y de saber hacerlo.
2. El Efecto Pigmalión.
En este caso, varios psicólogos decidieron corroborar la «profecía autocumplida». Si le haces creer a alguien que es o será algo, y esa persona se lo cree, eso mismo será y llegará a ser.
Para resumir este «experimento», digamos que el psicólogo David C. McClelland decidió coger a malos estudiantes, llamar a los profesores y a sus padres, y decirles que habían visto que esos niños  tenían un potencial mental brillante, y que no se había sabido trabajar.
Es decir, se les dijo que eran «cerebritos». Los profesores comenzaron a tratarlos como genios, los padres también, y aquellos niños se lo creyeron también (a pesar de que hasta ahora pensaban que eran los desechos de la escuela).
Cuando creyeron que eran genios, y los trataron como tal, aquellos niños comenzaron a tener unos rendimientos excelentes, superando todas las expectativas.
Conclusión: Este tipo de inducción probablemente sea la más básica, y es que si alguien te dice que eres «tal», y tú te lo crees, acabarás siendo «tal», tanto si hablamos para bien o para mal.
Como reza el viejo dicho: «Tanto si crees que vales mucho, como si crees que no vales nada, en ambos casos estás en lo cierto».
Es por eso, que llegados a este punto, debemos preguntarnos… ¿Qué mensajes están recibiendo nuestros hijos en estos momentos? ¿Qué mensajes estamos recibiendo nosotros como adultos? ¿Somos ya víctimas de algún tipo de inducción del pasado que nos ha afectado en el futuro?
A pensar un rato, mientras preparamos la segunda parte de este artículo con otros dos casos, que no son experimentos, sino varios hechos personales de dos individuos que demuestran qué ocurre cuando dices de destruir los límites.
A. Carlos González
Autor de "Cenizas de Prosperidad", Apasionado de las ventas, las finanzas, estratega empresarial, entusiasta del desarrollo personal y algunas cosas más

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