Uno de los consejos más ignorados dentro de la educación financiera sería «lee siempre la letra pequeña de los contratos». Casi nunca lo hacemos. Y es algo que hemos normalizado. Estás dándote de alta en algún servicio en línea, donde no puedes continuar si no aceptas los términos, pero te encuentras con 15 páginas de términos y acuerdos de usuario -a veces más-. Entonces decides desplazarte hasta el final y marcar la casilla «confirmo que he leído y aceptado los términos».
El problema es que muchas de esas secciones de «letra pequeña» están ahí para algo. A menudo para nuestra protección, y en otros casos para nuestro perjuicio en caso de no leerlas. De hecho, si las personas hubieran leído los términos y acuerdos de la red social Facebook y se los hubiesen tomado en serio, dudo que alguien se hubiera abierto una cuenta en la red social.
Muchos usuarios no saben que esa letra pequeña en documentos les ayuda a proteger sus activos en caso de robo de identidad. En otros casos, no somos conscientes de que en esa letra pequeña contamos con un seguro que nos proporcionaría cierta cantidad de dinero en caso de algunos sucesos y que no reclamamos al no ser conscientes de que la posibilidad estaba ahí. Y en los casos más comunes, nos encontramos con que una empresa ejerce algo que consideramos una injusticia para nosotros, pero era algo que ya nos habían dicho que podían hacer. Nos lo habían dicho en la letra pequeña, y por tanto, un juez les darían la razón si interponemos una denuncia a dicha empresa.
El experimento que premiaba leer la letra pequeña.
Algunas empresas quisieron poner a prueba si la gente leía la letra pequeña de sus contratos tal y como se recomienda hacer.
Squaremouth, una compañía de seguros de Florida se puso manos a la obra para demostrar que las personas no leían la letra pequeña de los contratos, así como para demostrar la importancia de hacerlo. Y crearon una campaña secreta.
En 2019, Donelan Andrews, una profesora de Georgia de 59 años contrató un seguro de la compañía y decidió leer la letra pequeña de aquel contrato con gran cantidad de folios. En alguna parte de esos 10 folios comenzó a leer algo extraño. El párrafo decía que había un concurso en marcha y que si estaba leyendo eso, posiblemente pertenecería al 1% de las personas que realmente leen la letra pequeña de los contratos, por lo que era apto para participar en el concurso en el que podría ganar 10.000 dólares. Los términos de se concurso decían que los 10.000 dólares serían para la primera persona que enviara un correo a la dirección de correo electrónico que aparecía en el contrato. Y aquello, evidentemente, llamó la atención de Andrews.
Envió el correo electrónico y, efectivamente, fue la ganadora. La compañía de seguros había vendido 73 pólizas el día que se realizó el concurso. Fue la única en enviar aquel correo, es decir, la única que se leyó la letra pequeña. Y por lo tanto, la que ganó los 10.000 dólares.
Cuando la compañía de seguros se enteró de que la ganadora era profesora, donaron otros 10.000 dólares extra a la empresa «Reading is Fundamental». Del mismo modo, Donaron otros 10.000 dólares repartidos entre los dos colegios donde Andrews daba clases.
Gracias a que una persona leyó la letra pequeña, la compañía aseguradora desembolsó 30.000 dólares en total: 10.000 para ella y otros 20.000 a modo de causas benéficas.
Cuando le preguntaron si llegó a pensar que aquello podría ser una especie de engaño, afirmó rotundamente que no, pues reconoció que ella misma, como profesora, había hecho algo similar en más de una ocasión dentro de los exámenes de sus alumnos para premiar a aquellos alumnos que realmente leían el material que les aportaba.
Lección que nos deja esta historia: Un usuario inteligente siempre cuida de sí mismo, y leer la letra pequeña es cuidar de nosotros mismos, pues en este caso, pagó 10.000 dólares, pero, ¿y si en lugar de ofrecer un beneficio nos ofreciera un perjuicio? Lee la letra pequeña.