En la búsqueda del éxito hay una parábola que siempre me gusta poner como ejemplo. Yo la llamo «El buscador de oro», ya que a fin de cuentas todos nosotros buscamos oro en nuestra carrera, en nuestras vidas, en nuestra propia felicidad, por lo que vamos a asegurarnos de que no nos ocurra lo que le ocurre a este buscador de oro.
Cuenta la historia que en 1849 (durante la fiebre del oro), un comerciante europeo escuchó que en los ríos y tierras de California, había pepitas de oro gigantes, y que con 2 ó 3 pepitas de ese tamaño, podría hacerse verdaderamente rico. El comerciante rápidamente vendió todas sus posesiones para buscar fortuna en California.
Una vez instalado allí consultó a los expertos en qué parte se encontraban esas piedras gigantes de oro, y allí se dirigió. El joven, día tras día bajaba al río en busca de las mega-pepitas, pero día tras día volvía con las manos vacías.
Un día, se cruzó con un viejo buscador de oro que se dirigía al lugar del que venía el joven con las manos vacías. El joven le dijo al viejo buscador de oro que no se molestara en ir hacia aquella parte del río, pues no había oro. También le dijo que ya estaba cansado y agotado de buscar oro, y que iba a volver a Europa.
El viejo buscador de oro, sorprendido, le preguntó al joven cómo no había encontrado oro cuando había oro en todas partes. El joven, incrédulo, le pidió al viejo que le mostrara dónde estaba el oro.
«En todas partes», volvió a repetir el viejo, el cual introdujo la mano en el río y sacó una piedra de más de 2 kilos de peso. En un extremo de la piedra, había una diminuta mota dorada pegada, apenas visible a simple vista.
El joven le dijo al viejo que eso era una minucia, y que él no buscaba eso, sino una pepita gigante de las que muchos habían encontrado.
El viejo volvió a introducir la mano en el río, y volvió a extraer otra diminuta mota de oro de una piedra. Algo que no convencía del todo al joven, el cual le volvió a repetir que él buscaba algo más grande.
Fue entonces cuando el viejo le enseñó su cosecha de la semana, una bolsa llena de miles de diminutas motas de oro, que en conjunto global tenían el mismo peso que una de las pepitas gigantes que buscaba el joven. El viejo le dijo:
«Amigo, me parece que estás tan ocupado, centrado y enfocado buscando pepitas gigantes que te estás perdiendo la oportunidad de llenar tu bolsa con estas preciosas y diminutas pepitas. A lo largo de mis 30 años me he hecho muy rico buscando en estos ríos, donde nunca he encontrado una pepita del tamaño que tú buscas.
Mi riqueza la he conseguido a base de juntar diminutas pepitas, que todas juntas valen más que una pepita gigante.»
Moraleja:
Nuestro éxito no depende de un acto gigante, sino de una multitud y continuidad en nuestros pequeños actos. La gente que busca un pelotazo rápido, estadisticamente tienden a fracasar, mientras que aquellos que suman pequeñas acciones y esfuerzos, tienden a convertirlos en esas pepitas gigantes.
Cuando hablamos de la felicidad ocurre igual, y es que muchos buscan esa pepita gigante para ser felices, cuando realmente podemos ser muy felices con todas esas pequeñas pepitas que vamos encontrando cada día en nuestro camino.
Por tanto, la vida es como ese río lleno de oro. Si no te aparece esa pepita gigante, fabrícala tú mismo a base de pequeñas pepitas. El resultado futuro es el mismo, con la diferencia de que el que busca pequeñas pepitas, recibe recompensas todos los días, mientras el que busca la pepita gigante, rara vez la encuentra.
Gracias, Carlos!!. Saludos.
Excelente articulo